Arte Callejero: haciendo malabares para vivir.

Por Sandra Rodríguez

Hay filas de autos. Algunos conductores serios; otros no tanto. Aparece una que otra sonrisa acompañada de pocos disimulados gestos de desprecio hacia él.

Esto es un poco de todo lo que vive y percibe un artista callejero, por lo menos en la comarca donde alguien fuera del "status quo" puede ser víctima de innumerables prejuicios. Un ejemplo de ello es Jesús.

Jesús López Martínez es un joven artista callejero, pues con tan sólo 18 años de edad, hace malabares con fuego en los cruceros de la calzada Ermita Iztapalapa. En los semáforos de las calles 17 y 39 de la delegación Iztapalapa, se hallan varios vendedores ambulantes que ofrecen bolsas con plátanos, otros venden dulces, cigarros y botellas de agua; entre ellos destaca Jesús, el único que vende algo más valioso que frituras: su talento al maniobrar los largos palos de madera incendiados con fuego y gasolina que él escupe por la boca.

“Pues tomo un trago de gasolina, lo retengo en mi garganta y lo escupo hacia los palos para provocar que arda el fuego” explica Jesús López Martínez.

“Chuchín, el escupefuegos”, como algunos amigos lo suelen llamar, se levanta a las 7 de la mañana y se prepara para salir a las calles a trabajar. Toma su botella con gasolina, sus dos palos de madera y un trapo para limpiarse la boca. 


Desde temprano sale a los cruceros para mostrar su peculiar forma de hacer arte, con el fin de ganar dinero y comprar algo de comer para su familia. 

“El mucho o poco dinero que me puedan dar en los cruceros me sirve para que mi madre pueda comprar las papas y los dulces que vendemos todos los días afuera de la casa”, expresa.

Chuchín, como le suelen llamar amigos y familiares, vive con sus dos hermanos menores y su madre, quien se ha dedicado a vender dulces y papas fritas desde que a su marido lo balearon al intentar cruzar la frontera.

“Con lo que me dan por escupir fuego no alcanza, así que mi madre también le hace la lucha”, dice Jesús.

Él, como muchos de los jóvenes que desertan de la escuela, no cuenta con un empleo formal ni mucho menos con un seguro. Comenta un poco triste que se lamenta al ver desplomarse su sueño de convertirse en ingeniero industrial.


“Sé que podría hacer algo mejor que esto, pero mi familia y yo necesitamos dinero para comer, la crisis nos ha pegado duro y no hay de otra más que chambearle”.  

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